Biblioteca 17 : febrero 2014

HISTORIA DEL COLEGIO N° 17

HISTORIA DEL COLEGIO N° 17
En el año 1937 la familia Susini adquiere el predio que hoy ocupa el Colegio a una sociedad que la había adquirido en remate judicial. A su vez la venden en 1940 al Consejo Nacional de Educación.
Integrantes de la familia Susini eran docentes, la esposa e hijos de Don Jorge Susini, fundador del Instituto que lleva su nombre que funcionó primero en el Palacio Videla Dorna y luego en la actual ubicación de este Colegio habiendo sucedido a una escuela dependiente del Consejo Nacional de Educación.
El Colegio Nacional N° 17 “PRIMERA JUNTA” comenzó a funcionar como tal, el 18 de abril de 1955 bajo jurisdicción del Ministerio Nacional de Educación.
Responsable de este Blog: Mariel Deceglie, Bibliotecaria

La Historia de la Escritura y el Libro

“Historia de la Escritura y del Libro”

La historia del Alfabeto
La historia de la escritura y del libro está ligada a la historia del habla.
La capacidad de comunicación se dio para compartir el mundo que nos rodea.
Gestos, manos, gritos, sonidos guturales, son antecedentes del lenguaje articulado, que inclusive se siguen utilizando.
La necesidad del hombre de comunicarse con quienes no veía y la de perdurar, lo impulsó a desarrollar la escritura.

Verba volant, scripta manent, adagio latino que significa que las palabras que proferimos se las lleva el viento, mientras que las que escribimos perduran.

La escritura es una representación de la lengua hablada.

De los Pictogramas a las Sílabas
Los primeros testimonios se remontan a tiempos muy lejanos situados entre la prehistoria y la historia, es decir entre la pictografía y la escritura alfabética.
Los habitantes de la era paleolítica dejaron registros de animales y escenas de la vida cotidiana. Con ellos hizo su aparición la capacidad del hombre para simbolizar las cosas.
Los pictogramas se encuentran dispersos en muchos rincones del mundo; aún en nuestro tiempo, aborígenes de Australia y de Brasil utilizan esta forma de escritura.
Algunos pictogramas se identifican fácilmente con los objetos, otros no.
Pero sin duda han representado algo para los hombres que los pintaron.
No es claro como estas representaciones del mundo real se convirtieron en escritura, es lógico suponer que luego de varias generaciones en que usaron los pictogramas, el hombre llegó a reconocer las ventajas de asociar ciertos signos gráficos con determinadas ideas o sensaciones. De este modo la escritura pictográfica evolucionó hacia los ideogramas, que son símbolos de objetos que evocan ideas hasta cierto punto generales.
La combinación de los símbolos y de los objetos que representan enriqueció las facultades del hombre porque dio acceso al lenguaje figurado: el dibujo de una oreja llegó a significar escuchar; el del sol, día, y así sucesivamente. Tiene gran complejidad y es el que aún utilizan los chinos para comunicarse.

Se calcula que la escritura propiamente dicha fue inventada alrededor del cuarto milenio antes de Cristo, es decir, hace unos 6000 mil años.

Al principio, más que transmitir información, era un recurso mnemotécnico; se escribía para fijar fórmulas religiosas, para asegurar códigos de derecho, genealogías y demás cuestiones de importancia social. Todos asuntos de sumo interés para las comunidades. A medida que la organización social se volvió más compleja fue necesario anotar lo que antes era confiado a la memoria.
La escritura implica un alto grado de desarrollo intelectual del hombre, el primer escrito conocido hasta hoy pertenece a la civilización más antigua del mundo, la Sumeria, se trata de una tablilla de piedra caliza descubierta en las ruinas de la ciudad mesopotámica de Kish.
El texto considerado más antiguo, es el registro de un cálculo de impuestos.

Para el año 3100 a. C., hace más de 5000 años, los amanuenses, para simplificar la tarea comenzaron a utilizar en lugar de piedra, arcilla blanda, con lo cual el oficio dejó de ser rupestre.
Las cañas que servían de plumas tenían la punta en forma de cuña para facilitar el trazado, por lo cual esta forma de escritura se denominó CUNEIFORME.
En los escritos cuneiformes cada símbolo corresponde a una sola idea. Los amanuenses desalentados por la cantidad de símbolos que debían memorizar es probable que para facilitar la tarea hayan atribuido también sonido a cada símbolo que representaba ideas y objetos. Así comenzó la escritura FONÉTICA. A pesar de haberse reducido de este modo el número de símbolos que estaban en relación directa con el idioma hablado, el escribano sumerio debía aprender alrededor de 600 símbolos si deseaba ser considerado un “letrado apto”.
Mientras que los pueblos del Cercano Oriente adoptaron el sistema cuneiforme, los antiguos egipcios desarrollaron otro tipo de escritura que también es ideográfica: la JEROGLÍFICA.
Hay pruebas de que ya era utilizada hace más de 5000 años.
Los ideogramas primitivos podían escribirse en cualquier dirección. Las imágenes independientes se trazaban en la dirección en que debía leerse el texto.
A diferencia del sumerio , el jeroglífico no se difundió ni se transmitió a otros pueblos, porque resultaba muy difícil de aprender y muy lento para ser usado en las actividades cada vez más numerosas que requerían ser registradas. Se utilizó fundamentalmente para inscripciones sagradas en monumentos y otros edificios suntuosos, lo que pone de manifiesto su carácter sagrado, religioso, reverencial y secreto.
Se han identificado más de 700 caracteres de figuras esquematizadas de personas, animales y objetos de uso común en el repertorio egipcio de jeroglíficos. Estos caracteres se usaban a la vez como ideogramas que representaban la idea del objeto dibujado y como reproducciones fonéticas que reemplazaban los sonidos de una palabra por medio de los símbolos que correspondían a las consonantes.
Los sacerdotes utilizaban una variante denominada escritura HIERÁTICA, que consistía en una forma simplificada del jeroglífico, que se podía escribir rápidamente en los papiros que se destinaban a los textos religiosos.
El jeroglífico ha pasado a la historia tanto por el valor cultural de este pueblo como por la belleza de sus rasgos largos y finos y por la invención de las LETRAS. Al estudiarlos se advierte claramente el paso del ideograma al ALFABETO. Podría pensarse que cada dibujo representa una idea o una palabra pero no es así, el signo supera al dibujo. Algunos símbolos representan palabras completas, otros, sílabas separadas, y otros letras.
La escritura jeroglífica perduró hasta la época de los romanos, aunque hacia el siglo 7 a. C. la que más se practicaba era la DEMÓTICA o popular. Se usó hasta el siglo 5 de nuestra era, pero carecía del refinamiento artístico y la estilización de los primeros jeroglíficos.

Otro momento de la evolución de la escritura, acaso el más importante para la Cultura Occidental , fue la escritura SILÁBICA, que implicaba la memorización de centenares de símbolos correspondientes a las sílabas de un idioma. Con el paso a la escritura silábica se dio también la escritura en líneas horizontales, denominada escritura lineal, cuyas variantes fueron empleadas por los minoicos de la isla de Creta. La forma lineal A, que aún no ha sido descifrada satisfactoriamente, data más o menos del año 1600 antes de Cristo.
La transformación se produjo cuando el hombre reparó en que las sílabas están formadas por un número determinado de sonidos elementales. Es decir, en una palabra se pueden encontrar los mismos sonidos vocálicos que en cualquier otra, aunque en orden diferente. También los sonidos consonánticos eran unos cuantos en comparación con el número de sílabas.

La escritura FONÉTICA que es la forma más simple de escritura que se haya inventado, se basa en el empleo de un símbolo o grafía para cada sonido. Se cree que el alfabeto surgió en el Medio Oriente.
Los hiksos, pueblo semita, dominadores de los egipcios procedentes de Arabia, fueron quienes establecidos por más de un siglo en el valle del Nilo, simplificaron los jeroglíficos. El dibujo del ideograma se convirtió en el trazo de las letras.
El primer alfabeto conocido fue el semítico septentrional y constaba de 22 caracteres. Cada uno recibió un nombre que facilitaba su identificación. La invención del alfabeto fonético simplificó a tal grado el proceso que significó la apertura del círculo reservado a religiosos y amanuenses. Aceleró el desarrollo expresivo de gran parte de la humanidad.
Todos los alfabetos considerados importantes se originaron a partir de un alfabeto común diseñado hacia el año 1600 a. C. por los cananeos, otros semitas o grupos de hebreos primitivos, y los fenicios, que habitaron las riberas orientales del Mediterráneo.

De ese sistema alfabético surgieron dos ramas principales: el CANANEO y el ARAMEO .Las escrituras alfabéticas del Oriente proceden del Arameo, mientras que el Cananeo se extendió hacia el Occidente de Siria y de ahí nos llego a nosotros. Se escribían sólo las consonantes.
Los navegantes fenicios llevaron las letras hasta Grecia en sus viajes por las costas del Mediterráneo.
El pueblo griego inició la escritura con vocales y nos legó también la escritura de izquierda a derecha. Originalmente se leían alternadamente las líneas y a partir del año 500 a. C. se adoptó la forma de izquierda a derecha. La herencia griega incluyó el alfabeto, ya que lo introdujeron en Europa hacia el año 1000 a. C. También llegó a la península itálica a través de los etruscos, pueblo que dominó antes del Imperio romano.
En el siglo 7 a. C. los romanos usaban 21 letras del alfabeto etrusco. Tras la conquista de Grecia, 600 años después, incorporaron las letras Y y Z para representar los correspondientes sonidos griegos. Durante la Edad Media, a las 23 letras, se agregaron la J, la U y la W . El alfabeto español constaba de una letra más, la Ñ que hacen 27 en total.
Otras de las ramas del alfabeto griego que llegó a Europa fue el CIRÍLICO, atribuido al griego San Cirilo, que vivió en el sigo 9 d. C., y adaptó el alfabeto para representar con más exactitud los sonidos de las lenguas eslavas de la Europa oriental. Pueblos como el ruso, búlgaro, servio, llegaron a reflejar en su escritura el alfabeto cirílico, debido en buena parte a la influencia de la religión cristiana durante el Imperio Bizantino que duró más de 1000 años.
Una vez que fue inventado el alfabeto fonético y desarrollado el latino, que es el que usa la mayor parte del mundo occidental, la evolución de la escritura, siguió por caminos de refinamiento insospechados para los antiguos escribanos.
La CALIGRAFÍA, que es la materia que trata de los estilos de escritura, tuvo un importante desarrollo entre los romanos, inclusive formó parte de una gran preocupación estética. Se difundió el uso de las mayúsculas “monumentales”.
En plena Edad Media surgió la escritura Carolingia en Francia, a fines del siglo 8 d. C. Con el patrocinio de Carlomagno esta escritura se impuso en Europa y durante dos siglos fue el estilo caligráfico más importante. El uso de la minúscula se debe a la necesidad de los amanuenses medievales de no levantar la pluma de la superficie donde escribían para ahorrar tiempo en sus labores de copiado.
Otro estilo de escritura lo constituye la llamada “Letra Negra” o “ Escritura Gótica”, extendida ampliamente en Alemania. También se utilizaba la “Littera antiqua”, más redonda y de fácil lectura, que surgió en el Renacimiento italiano, de la cual proceden tanto el tipo llamado “romano”, como la Bastardilla o Itálica, cuya característica es la inclinación de los caracteres.
En el último siglo, con el incremento de la alfabetización de las sociedades, han surgido varios estilos de escritura de mano o manuscrita. La Script y la Palmer son sólo algunas de ellas. Actualmente, la industria editorial ofrece en este sentido una amplia gama de familias tipográficas o estilos de letras, para cada gusto y necesidad. Sin embargo esta variedad se relaciona de modo directo con la difusión del material de lectura, el aumento del público lector y el comercio cada vez más generalizado, que interactúan en beneficio del hombre y la sociedad, y que han sido determinantes para la comunicación humana.

“La Materia del Libro”
Antecedentes: Piedra y Papiro
La historia del libro es también la historia de lo que se conoce como “materia escriptoria”, es decir, de la materia física que ha servido para preservar la memoria científica, literaria y popular de muchas culturas de la humanidad.
Los “escritos” que han sido considerados más antiguos se esculpieron en piedra. Hay innumerables vestigios de inscripciones en roca o en mármol que, aunque no son libros propiamente dichos, son fruto del deseo de un ser racional de expresar sus pensamientos, sus creaciones y sus progresos, y además de trasmitirlos a la posteridad. En efecto dichos vestigios se relacionan directamente con esta historia.
La evolución de la materia escriptoria se refiere al libro en su sentido físico. Se distingue entre documento, es decir conjunto de registros impuestos, pases mágicos, inscripciones de sucesos y de apuntes con los que se inició la escritura y, el libro, que es la obra que utiliza un sistema de símbolos para transmitir significados y que porta la intención de divulgar el contenido para darlo a conocer a través de su publicación, ya que los asuntos que contiene pueden llegar a ser de interés universal.
La sustancial diferencia entre libro y documento estriba en la trascendencia y el destinatario de uno y de otro, en su carácter público o privado.
La piedra y su capacidad de transmisión se remonta a los Diez Mandamientos escritos en dos “tablas de piedra”, en la Piedra de Rosetta, en la que aparecen inscripciones egipcias, tanto en escritura jeroglífica o demótica. Estos jeroglíficos permanecieron sin descifrar hasta 1822, el francés Jean François Champollion, luego de catorce años de arduo trabajo logró descifrar el enigma.
La piedra de Rosetta, no completa sino un fragmento de la misma, fue descubierta accidentalmente por los soldados de Napoleón Bonaparte en 1799. Sin comprender su significado, pero seguros de su valor, los soldados que cavaban trincheras en Egipto enviaron el monumento a los estudiosos, con lo cual se abrieron para los egiptólogos las puertas de un mundo singular y fascinante.
Los sumerios luego de luchar con la dureza de la piedra para grabarla, descubrieron las ventajas de trabajar con arcilla blanda, para lo cual emplearon las cañas que servían de pluma con forma de cuña. Los escritos cuneiformes resultaron más fáciles de este modo.
Con el paso del tiempo los símbolos se volvieron más abstractos y a pesar de su complejidad la escritura cuneiforme se difundió entre los babilonios y asirios, quienes la utilizaron por más de tres milenios. Se conservan registros que datan del siglo 1 d. C. La cultura Occidental logró descifrarlos recién en el siglo 19. En 1834, el alemán Georg Grotefend y el inglés Henry Rawlinson lograron desentrañar el enigma.
Durante más de 2000 años se escribió en tablillas de arcilla o barro que después eran cocidas al horno.
Resultaban verdaderos ladrillos escritos. Resulta sorprendente que esa forma rudimentaria de preservación, contribuyera a desarrollar el concepto de libro en su durabilidad, permanencia de lo escrito y portabilidad.
En ocasiones las tablillas eran de cera y se usaban en el antiguo Egipto, Grecia y Roma. Era común labrar muescas y signos cuneiformes para llevar las cuentas en las tablillas o “tarjas” ( cañas o trocitos de madera). La costumbre perduró hasta la Baja Edad Media, sobre todo en Europa occidental.
Los escolares estudiaban y escribían en cera, “en el encerado”, hasta hace 200 años aproximadamente. Antes de la Revolución Francesa, se empleaban mucho esos cuadernillos de cera, dado que podían borrarse con el extremo romo del estilete que hacía las veces de lápiz.
El papel, que hoy es la materia escriptoria por excelencia, desciende directamente del papiro, hecho por los egipcios con los tallos de la planta Cyperus papyrus. Los tallos se trataban y se convertían en tiras, para producir una superficie lisa, adecuada para escribir con los cálamos mojados en una especie de tinta hecha con agua, goma y hollín o tinte vegetal. Por su peso y su textura, el papiro fue esencial para el surgimiento del libro tal como lo conocemos.
El papel de Egipto inaugura la existencia del libro como conjunto de hojas escritas o impresas.
La diferencia entre los “libros egipcios” y los actuales es muy notoria por las formas. Los rollos de papiro eran unas tiras largas que una vez que se había escrito ellas, se unían por los márgenes: el izquierdo de una se unía con el derecho de otra, y luego se enrollaban en lo que se conocía como rollo o volumen. Se han encontrado rollos que ya extendidos ocupan más de 40 metros.
El texto se disponía en columnas paralelas, una por hoja.
Un ejemplo lo constituye el “Libro de los Muertos” de los egipcios, que es una serie de textos hallados en tumbas y pirámides.
Estos papiros datan del siglo trece a.C. e incluyen oraciones, fórmulas e himnos que los antiguos egipcios consideraban eficaces para que el alma siguiera, al morir, el camino a la morada de los muertos, y respondiera a las preguntas de los 42 jueces en la cámara de Osiris, el dios de la otra vida.
Otro ejemplo de papiro que se ha encontrado lo constituyen los “Rollos de Mar Muerto”, que datan del siglo tres a. C: y que en el año 1947 fueron descubiertos accidentalmente por un pastor beduino. Los rollos estaban dentro de unas vasijas de barro en unas cuevas de Qumrán, en pleno desierto de Judea y a orillas del Mar Muerto.

Antigüedad Clásica: Pergamino y Papel
El papiro se relaciona con el pergamino, ya que ambos son materia escriptoria. El nombre de pergamino proviene de Pérgamo, antigua ciudad del Asia Menor donde se preparaba desde el siglo dos a. C., estaba situada en lo que ahora es territorio turco, también es famosa porque llegó a tener una biblioteca de más de 200.000 volúmenes y porque, a la medida de su época contó con una floreciente industria editorial, bajo el auspicio del rey Eumenes 2º (197 a 159 a. C.).
El pergamino se obtiene de la piel de algunos animales como el ternero, la oveja, la cabra, limpia de pelo, raída, adobada y estirada, aunque sin curtir. Es suave al tacto ideal para escribir y para encuadernar libros, y mucho más perdurable que el papiro.
Las dos ciudades que se reconocen como bastiones de la bibliofilia en la antigüedad fueron Pérgamo y Alejandría.
El uso del pergamino fue generalizado por Pérgamo, porque aprovechó una prohibición de exportar libremente el papiro, además de los altos impuestos que había que pagar por él, de modo que inundó el mercado libre con pieles muy delicadas y hábilmente trabajadas. Poco a poco. El pergamino fue desplazando al papiro que, no obstante, se negaba a desaparecer. En Francia se lo utilizó hasta el siglo 9 y la Santa Sede lo empleó de manera general hasta bien entrado el siglo 11.
El uso del pergamino o vitela (vellón) aceleró más aún la evolución del libro como tal. En efecto, la forma actual del libro, el de cuaderno o códice, hizo su aparición en tiempos del pergamino.
En vez de unir en tiras las hojas, la forma del códice implicaba doblar las hojas, y unirlas por el doblez. Esta nueva manera tenía visibles ventajas sobre los rollos, debido a que se disponía de dos hojas para escribir, ya que las hojas tenían dos caras, lo que representaba una insólita novedad.
El libro podía abrirse con facilidad para localizar un determinado pasaje, evitándose la incomodidad de enrollar y desenrollar los papiros.
Igual que con la escritura alfabética, el advenimiento de una materia escriptoria tan útil y durable permitió al hombre liberar su imaginación y alcanzar horizontes bibliográficos hasta ese entonces inconcebibles.
Por mas de 400 años, el rollo y el volumen coexistieron hasta que el retorno de la pulpa del bambú (antecedente inmediato de la materia prima del papel actual) acabó imponiéndose por la relativa facilidad de su producción, en comparación con la dificultad de obtener las pieles.
En el siglo 18 aC., los árabes conquistaron la legendaria ciudad de Samarcanda, en Asia Central. Entre los tesoros que extrajeron de la fabulosa ciudad estaba la de la fabricación del papel. Al invadir las ciudades del Mediterráneo, los árabes llevaron este preciado secreto que los chinos conocían desde el siglo 2
d.C. y establecieron fábricas de papel en España y en Sicilia y para el siglo 13 ya había molinos de papel en Alemania, Francia e Italia.
Para ese entonces los europeos habían hecho innovaciones a la tecnología china y utilizaban viejos trozos de tela de lino y otros trapos. Así, se determinó que la forma del libro fuera, al menos hasta el siglo 20, la original de la vitela, con la materia de fibra vegetal, como el papel que los chinos utilizaban.
Gracias a la evolución de la materia escriptoria, el libro desplazó definitivamente a la tradición oral como medio de divulgación.
Aunque en el Siglo de Oro de Pericles (siglo 5 a. C.), la tradición oral era la más común para transmitir la información, no cabe duda de que en esa época también se consolidó el concepto del libro como vehículo de conocimiento. Si bien es cierto que en esa época la Odisea se cantaba y aún no se escribía, también para Edad Alejandrina se iniciaron empresas bibliográficas monumentales, como la Septuaginta, que consistió en traducir las escrituras hebreas al griego y que representó un notable ejemplo de esfuerzo de síntesis intelectual, de alcances verdaderamente universales.
Con el tiempo surgieron las bibliotecas y los centros dedicados al saber, embriones de nuestras escuelas y universidades, lugares en donde el libro constituía el elemento esencial. En Alejandría, los centros llamados Museum y Serapeum se ufanaban de poseer entre 200.000 y 700.000 rollos. De igual importancia fue para nosotros la cultura libresca del Imperio Romano. Los romanos sintieron predilección por la arcilla y el papiro sin embargo fueron grandes favorecedores de las empresas culturales que veían al libro como instrumento utilísimo en la superación del hombre.

Edad Media: Los manuscritos
Sobre piel se realizaron verdaderas joyas bibliográficas durante la Edad Media. En los códices más lujosos escritos en el período que va del siglo 1 al 11 de nuestra era, para los caracteres se empleaba tinta de oro o de plata. En ese entonces ya era común el uso de la vitela o piel de ternera, notable por su blancura y delicadeza.
De la Edad Media datan la afición a los libros, los bibliófilos o bibliómanos, y los “ratones de biblioteca”, estos últimos con actitudes y manías que revelan un gran aprecio por el libro en sí, no sólo como vehículo de la comunicación humana, sino como tesoro de sabiduría y erudición.
Algunos de los libros que se conservan en museos europeos, son auténticos tesoros por el material empleado en su elaboración, como broches de piedras preciosas que remataban la encuadernación que solía ser seda muy fina, e incluso de oro puro, además del trabajo artístico que implicaba la escritura manuscrita, el copiado de cada uno de los caracteres de las obras que llegaban a ocupar hasta 700 folioso páginas.
Durante la llamada “edad oscura”, que se caracterizó justamente por un florecimiento del trabajo intelectual debido a la inquietud de saber de los clérigos, poseer un libro era sinónimo de nobleza y signo de alta calidad espiritual.
El mundo occidental de entonces poseía ya un considerable acervo bibliográfico, producto del Saber cristiano y de la herencia grecolatina (recibida parcialmente, ya que recién en el Renacimiento, siglo 15, se tuvo en su totalidad). Luego las invasiones bárbaras y de la conquista Árabe de gran parte de la península ibérica y del mediterráneo, comenzó a fluir a Occidente el conocimiento milenario del refinado Oriente.
El choque de ideas y tradiciones originó una variedad cultural riquísima; de el surgieron las traducciones, el intercambio cultural, el comercio y el afán de saber.
El acervo cultural medieval aumentaba con el ejercicio intelectual de los monjes y, en general, de la iglesia. Miles y miles de volúmenes, de vitela o de pulpa vegetal, fueron ocupados en anotar concienzudamente las innumerables discusiones y polémicas de los siglos 8 al 14, durante la Alta y Baja Edad Media.
Se puede recordar la celebérrima discusión bizantina -que aunque no está debidamente documentada es conocida- con la cual se trataba de establecer el número exacto de ángeles que cabían en la punta de un alfiler.
Al contemplar las obras maestras producidas en los talleres de los conventos medievales, fácilmente se puede comprender la veneración que entonces se tenía por aquellos manuscritos encuadernados con lujo inefable.

Conviene distinguir entre los libros
Que se produjeron antes y después de la Imprenta.
Por manuscrito se entiende todo libro (no documento) anterior a la invención de la Imprenta.
Lo que caracteriza al manuscrito es que la escritura en él contenida sea un producto manual y mecánico, sin importar que la materia escriptoria sea papel, pergamino o papiro, ni que sea el fruto del siglo 14 o del 20.
La práctica obligatoria de escribir a mano y de copiar los rasgos de un libro uno a uno, dio origen a muchas complicaciones en la transmisión del conocimiento. Cada escriba o amanuense leía el original como lo entendía y además luego lo escribía como podía. El lector hacía grandes esfuerzos por comprender el texto, ya que era imposible uniformar la letra ni los signos personales.
Así como para poder descifrar los jeroglíficos egipcios hubo que invertir años; para leer los manuscritos antiguos, incluso los escritos en nuestra lengua, hubo que crear una técnica:
La Paleografía.
La dificultad para leer manuscritos no fue el único incentivo para idear una forma más rápida para reproducir y favorecer la circulación de libros; los errores de los copistas dieron lugar a muchas contradicciones y a conceptos muy extraños. Por ejemplo, se dice que la representación de Moisés con cuernos en su iconografía, es producto de una lectura errónea de cierta descripción hebrea.
Las necesidades intelectuales y sociales del hombre que ya entraba al Renacimiento hacían imperiosa la búsqueda de una nueva modalidad para producir libros que permitiera satisfacer las ansias de conocimiento y expansión.
El salto de lo manual a lo mecánico, de lo individual a lo colectivo, en materia de libros, se pudo dar gracias a la Imprenta. El hombre europeo tardó milenios en desarrollar lo que los chinos venían empleando generaciones atrás.

Nacimiento y desarrollo de la imprenta.
La idea de la transformación que se produjo por el nacimiento de la imprenta está reflejada en el número de volúmenes que circulaban en Europa antes y después del invento de Gutemberg. Hacia 1440-1450 había unos cuantos miles de libros manuscritos en el viejo continente y para 1500 a sólo cincuenta años de haberse descubierto la técnica tipográfica, había más de nueve millones de libros impresos.
Las cifras son elocuentes acerca de la necesidad de mecanizar la práctica de los escribas por la explosión de cultura escrita en el Renacimiento y por la rapidez con que se transmitían los conocimientos. Cambios que antes tomaban siglos o milenios, ahora requerían de sólo unos cuantos años.
La evolución se venía gestando por la necesidad que tiene el hombre de comunicarse, la misma necesidad que hizo al cavernícola dibujar en las cuevas.

El libro como un todo. El advenimiento de la Imprenta.
Son escasas las referencias de anteriores al año 1100 sobre la producción de libros fuera de los monasterios. La cultura y el conocimiento parecían ser propiedad exclusiva de la Iglesia
durante la época feudal. Sin embargo, luego del llamado “renacimiento” del siglo 12 y del interés por rescatar los antiguos textos griegos- aunque fuera a través de las traducciones latinas- se fue abriendo paso a la población laica. El establecimiento de las universidades en determinadas ciudades favoreció el desarrollo de talleres de producción y la comercialización de libros, aunque la producción bibliográfica seguía bajo el control de las autoridades universitarias (siempre vinculadas a la Iglesia), las cuales eran sus consumidoras principales.
A partir del siglo 14 tenemos noticias de la exhibición de libros comerciales. También para entonces hay pruebas de que los artesanos encargados de lo que ahora llamamos producción editorial se constituían en gremios, de la misma manera en que se unían los carniceros, los mercaderes, etc. Por su parte, también el oficio de escritor comenzó a diferenciarse del copista, escribano o amanuense, y surgieron las literaturas nacionales al influjo de la variedad y riqueza de la literatura griega. La transmisión de las canciones de los juglares fue oral hasta poco antes del 1300, cuando comenzaron a ser plasmadas en el llamado “libro romance” o vernáculo; las historias y leyendas que poblaban la imaginación popular ingresaron también en la fila de los manuscritos, antaño reservados para las Sagradas Escrituras, las glosas y los comentarios de los Padres de la Iglesia.
Cuando la Edad Media llegaba a su fin, el latín ya no era la “lingua franca” de Europa, ni la única empleada en los libros. Las lenguas vernáculas –como el inglés, el francés, el español- eran para entonces vehículos de conocimiento y, sobre todo, de las nuevas literaturas.
Datan de esa fechas las grandes bibliotecas medievales, como la Laurenziana y la Apostólica Vaticana, así como los grandes patrones del humanismo y de lo autores.
Para 1450 ya se había recuperado buena parte de la herencia grecolatina y se habían escrito unas cuantas obras maestras en lenguas modernas. El mundo occidental contaba con un público ávido de material de lectura. La lenta circulación de las obras determinada por la dificultad de su manufactura reclamaba una revolución. El terreno estaba listo para la llegada de un medio mecánico de producción de libros.
La imprenta ha sido llamada la gran contribución alemana a la civilización.
La imprenta fue inventada alrededor del año 1445 por un orfebre de la ciudad de Mainz, el célebre Johann Gutenberg, quién seguía un procedimiento parecido a la xilografía y al grabado, ya que se imprimía el texto por una sola cara del papel. Lo verdaderamente revolucionario fue el surgimiento de caracteres o tipos movibles, es decir, de la tipografía.
Dada la enorme necesidad de reproducir las obras, se difundió la técnica con mucha rapidez. Comercializada por mercaderes alemanes y a través de las rutas germanas de comercio, la imprenta transfirió al impresor un poder no concedido hasta entonces. Por más de un siglo, hasta el año 1550, el impresor dominó el comercio de los libros y con ello los gustos literarios. Durante el siglo de los incunables, es decir, los libros impresos entre 1450 y 1500, el impresor se encargaba de todo: de la selección de los textos, de la tipografía, del diseño de los libros, de la impresión y de su venta. En algunos casos, el trabajo incluía la manufactura del papel y la encuadernación.
Al principio, el libro impreso intentó continuar con la tradición del manuscrito, por lo que a veces resulta difícil distinguir uno de otro. Hay primeras ediciones o editio princeps tan lujosas como los manuscritos iluminados, que habían producido los monjes, con tinta de oro y encuadernación de seda y pedrería.
El primer gran centro librero, luego de Mainz, fue Estrasburgo. Para 1464, Colonia tenía su imprenta, Basilea en 1466 y Nuremberg en 1470. El primer gran editor de la era moderna fue Anton Koberger, el empresario que la internacionalizó y que tanto contribuyó a la profesionalización de los editores. En su tiempo, Koberger llegó a dirigir más de 24 imprentas y tenía tratos comerciales con Basilea, Estrasburgo, Lyon, París y muchas otras ciudades del Renacimiento europeo.
Del auge de la imprenta da buena cuenta la rapidez con que se multiplicaba. A Italia llegó en 1462, y para 1500 Venecia contaba con 150 máquinas. Al siglo 15 se lo conoce como el siglo de oro de la imprenta y a Italia como la cuna de la tipografía.
Nicolás Jensen fue el creador de las letras Tortis o redondas, conocidas también como romanas. Merece una mención especial Aldo Manucio, gran humanista y helenista, creador de los tipos griegos, itálico o aldino y del tamaño octavo, el de bolsillo, que antes se reservaba a los libros de misa y de oraciones.
En un principio se hacían tirajes de 250 ejemplares. Manucio abarató los costos reduciendo el tamaño de los libros y cuadriplicando los tirajes. Además publicó los clásicos latinos en ediciones que son modelo de elegancia y rigor académico. Sus ediciones fueron las primeras en ser presa de los plagiarios, es decir, de otros editores que las reproducían sin su permiso.
A Manucio también le debemos el primer diseño de un logotipo, el delfín y el ancla, con el propósito de distinguir sus propias ediciones de las piratas (ex libris).
No tardaron en aparecer las regulaciones para el oficio de impresor para favorecerlo y proteger la naciente industria, Francisco 1° de Francia fue el primer monarca que se interesó personalmente en ella. En 1539 contribuyó al origen de lo que serían los derechos de autor o copyright, emitiendo una serie de normas contra las ediciones piratas y las fácilmente confundibles.
La imprenta a casi un siglo de su invención se había apoderado de la producción de libros, la prueba de ello está dada por la desaparición relativamente súbita del scriptorium medieval y la multiplicación de las bibliotecas privadas y laicas. La resonancia internacional que había adquirido la imprenta y librería en Amberes de Cristóbal Plantino hacia 1555, da fe del triunfo definitivo del libro impreso como medio de comunicación y vehículo del saber –y hasta de cultura popular-, así como del nuevo oficio de librero.
A la península ibérica llegó la primera imprenta en 1473 y se instaló en Valencia, capital del reino de Aragón; dos años después, Sevilla contaba con la suya. Al poco tiempo siguieron Burgos , Barcelona, Zaragoza, Alcalá de Henares y Salamanca. Muy pronto el libro español adquirió sus rasgos distintivos, muy acordes con el estilo de la época: austero, pero con una dignidad que denotaba nobleza, e impreso en su mayoría en tipo negro o pesado.
El primer lugar en la empresa cultural del impresor hispánico fue ocupado por el líder intelectual y espiritual Cardenal Cisneros.
La famosa Biblia Complutense Políglota, considerada un momento en la historia de la cultura española, fue idea suya, impresa en Alcalá de Henares en el taller del primer impresor de renombre, Arnaldo Guillermo de Brocar. El trabajo editorial empezó en 1502; los seis volúmenes tardaron en ser impresos de 1514 a 1517, y los libros fueron puestos en circulación hacia 1521. La Biblia Complutense contenía las Sagradas Escrituras en varias lenguas impresas en columnas paralelas: hebreo, caldeo, caldeo, sirio, griego y latín.
El interés de los españoles en difundir los beneficios de imprenta se ve reflejado en el hecho de haberla enviado a América a pocos años de la conquista, cuando aún faltaba en algunos rincones del mundo europeo.

Ni los más sofisticados sistemas de cómputo han podido ocupar el lugar del libro como medio para transmitir información perdurable.

“… lento en mi sombra la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Y o que imaginaba el paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.”

Del poema “De los dones”
Jorge Luis Borges

Fuente: Rader Digest. División de libros en lengua castellana. Copyright 1990 y 1991. Editado en México. Impreso en Argentina. I.S.B.N. 968-280292-X.
Bibliotecaria: Mariel Deceglie.
2013

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miércoles, 12 de febrero de 2014

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